Un hombre se tira por el balcón antes de que le desalojen

La vida es muy chunga. Y se puede poner todavía más chunga si no te cae un buen reparto de cartas, algo que puede ocurrir en cualquier momento de la vida. A Domingo, un hombre de casi 60 años que vivía en Sants, en Barcelona, la vida se le terminó en el justo momento en el que los agentes de desahucios del ayuntamiento llamaron a su puerta. Era el último aviso.

Domingo vivió en ese piso de Sants en tiempos felices. Lo compartió con su esposa, con la hija de esta y con las hijas de la hija. No obstante, no tuvo suerte. Su mujer y el resto de la familia volvieron a su país y él se quedó solo. También perdió su trabajo.

Se había puesto en manos de las asociaciones pertinentes y de Cáritas para que le ayudaran a buscar trabajo. Lo intentó. Se presentó a entrevistas de trabajo, pero nadie le contrató. Las facturas se acumulaban. El propietario de su piso de alquiler, un particular, medió una reclamación al ayuntamiento cuando comprobó que Domingo no iba a seguir pagando la mensualidad.

Pasaron meses de dimes y diretes entre propietario y consistorio. Pero ninguna de las partes se mojó ni encontraban la forma de dar más protección a Domingo, que se encontraba con que no cumplía los requisitos para recibir una mayor cantidad de ayudas por parte del gobierno. Al final, los agentes de desahucios tocaron su puerta. Domingo, abrió.

Les pidió que esperasen un momento, se fue al interior de la vivienda y saltó por el balcón. Domingo falleció por no poder pagar los 800 euros del alquiler mensual. Quería trabajar. Habría querido seguir paseando a su perro a diario y continuar con su vida. Pero nadie encontró una solución para él y, acorralado ante la que había sido la casa en la que había vivido posiblemente algunos de sus mejores años, decidió convertirla en el lugar donde moriría. En la España de 2021, el precio de una vida son 800 euros.