¿Quién quiere pegarle una patada en la boca a Elon Musk?

La pregunta es… ¿Quién no? Sin palabras estamos a la vista de lo que está pasando en Twitter desde que Elon Musk se ha sentado en el trono de rey de la red social. Todo resulta tan absurdo y surrealista que es difícil de creer. El magnate no solo entró fuerte despidiendo a todos los ejecutivos y eliminando la junta de decisiones, sino que también le está haciendo la vida imposible a los empleados.

Las decisiones de Musk son totalmente radicales. Apuesta por el discurso libre, pero lo que hace es imponer sus normas y sus preferencias de una manera global sin opción a discusión. Por un lado, ha dicho que el teletrabajo no va a estar permitido en Twitter. Hay que pasar la mayor parte del tiempo en la oficina. Sí o sí. Si no estás dispuesto a ello “no vengas a trabajar más”.

Sus empleados le preguntan que por qué deberían ir a la oficina si sus departamentos están aislados y no tienen contacto en persona con quienes suelen trabajar. Elon no quiere líos: se va a la oficina sí o sí. Y punto.

Más allá de eso, no hay que olvidar las rondas de despidos aleatorios. Un código de programación genera un algoritmo y se produce una ronda de despidos que ni que fuera un concurso de la tele. Todos los empleados esperan a primera hora del día con sus ordenadores encendidos. Si la sesión de sus equipos se cierra y se quedan sin acceso: están despedidos. Si reciben un correo con instrucciones, habrán mantenido su puesto.

Con esa ronda de despidos, Twitter no se da cuenta de lo que hace y despide a departamentos enteros que se quedan sin empleados. También se despide a personas en situación de riesgo y bajo dificultades personales que podrían hacer que la imagen corporativa se vea muy dañada. Horas después, Twitter ya está contactando con muchos de los despedidos para que vuelvan.

Musk impone el pago de los 8 dólares, se produce la loca reacción de la aparición de cuentas falsas verificadas, y Musk decide eliminar la suscripción. Todo perfecto, muy bien Elon.